jueves, 3 de noviembre de 2011

Para qué sirven los minutos
y la grama que crece al borde del vértigo
o que me arrastre como una estrella marina devorando la soledad
como si esta mujer que me habita fuera marcada de obsidiana
y una tránsfuga en su propia estirpe de mujeres piedra
resumida antes de haber sido cualquier árbol
-que respira
avanzando
cediendo-
sin cerrar un adiós con la garganta rota de tanto límite monótono
y en la quebrada de la desobediencia se hace de cristal y mira de frente
en la tersura del viento, abanicos en las horas cosidas al goce.
Alta, crece alta la herida de bronce, como un tumulto
frívola, etérea...
Para qué sirven los minutos
si no sé dónde recaerá el siguiente instante que corta el aire
ni recuerdo el bosque encantado
ni tan siquiera, reconozco los días que surgieron en mis manos
ni recuerdo la hora que esgrime un enigma.


...

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